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Hablar de “growth” se ha vuelto casi obligatorio en cualquier conversación sobre startups. Todo el mundo quiere crecer: más usuarios, más ingresos, más mercados, más todo. El problema no es la ambición, es cómo se plantea. Porque en demasiados casos, el crecimiento se convierte en un objetivo vacío, impulsado por métricas superficiales, dashboards que impresionan pero no explican, y hojas de Excel que proyectan futuros que nunca llegan.

He visto equipos volcarse en estrategias agresivas de adquisición sin haber validado su propuesta de valor. He visto campañas millonarias lanzadas sin tener una mínima retención. Y lo más común: ver cómo se mide el éxito por la velocidad de crecimiento, no por su solidez. ¿El resultado? Empresas que aparentan escalar, pero que están llenas de fugas debajo de la superficie.

El growth sin humo no es crecer más despacio, es crecer con criterio. Es construir sobre fundamentos reales, usando los datos para tomar decisiones (no para justificar deseos), y entendiendo que más no siempre es mejor si ese “más” no tiene sentido de negocio. No se trata de frenar la ambición, sino de dirigirla con cabeza.